#4 Al principio estaba la palabra
Vuelve la tortuga con una película de Tarkovsky y una canción de Lady Gaga.
La tortuga llega tarde. Hibernó. Se fue, durmió toda la primavera y el verano para volver en febrero. Finales de febrero. El mundo está más polarizado que nunca, de nuevo. Y ahí está ella, descansada, espléndida.
Hola.
Como mi homebanking a mediados del mes, evité entrar a Substack y ver cuándo fue la última vez que actualicé este newsletter. Lo que sí, me acuerdo que dije “voy a escribir sobre esto” un domingo que vi Silvia Prieto en el Gaumont. Hagan cuentas.
Volví al Gaumont, de todas maneras. Fuimos a ver La Patagonia Rebelde de Héctor Olivera (1974) para el cumpleaños de mi novio y en el marco de la segunda marcha en defensa de la Universidad Pública. También llevé a mi mamá a ver Embrujo de amor de Leo Fleider (1970), con Sandro de protagonista.
Un datazo que tiró un señor en la sala Leonardo Favio fue que cortaron el final de Embrujo de amor. La película es una reversión gitana de Romeo y Julieta, por lo que su final es igual al de los amantes de Verona. Sin embargo, en la sala se proyectó una versión corta que *SPOILER* termina con Sandro y Carmen Sevilla haciendo el amor. Corte y FIN.
Si abro mi cuenta de Letterboxd, se revela que desde septiembre hasta ahora le puse cinco estrellas a Cat People, dos estrellas a Joker (por más que Lady Gaga sea la mejor estrella de pop del mundo), cuatro a Gladiador con Paul Mescal, dos y media a Queer (perdón), cuatro y media a Nosferatu, cuatro y media a The Innocents, tres y media a The Haunting, cuatro a Belle de Jour, dos a 1978, tres y media a Culpa Cero, Sirocco con cuatro, Claudia de Dolores Fonzi tres, Historia de lo oculto cinco, El Jockey cinco (A veces voy donde reina el mar, es mi lugar llego sin disfraz), Heretic tres y media, El escuerzo cinco estrellas y Moebius cinco.
Ahora que estamos en época de Oscar: The Brutalist cinco, Anora cuatro y media, Cónclave cuatro y media, The Substance cuatro, cinco a Wicked, una a Emilia Perez. Y, como para competir con el secretario de cultura, podría añadir que estoy viendo la segunda temporada de Envidiosa.
En el medio de todas esas películas, mi mejor amiga se mudó conmigo, subimos un colchón y un somier por las escaleras de casa, compró un lavarropas, retamos a mi perra por robarse toallitas usadas del tacho de basura y esconderlas en el sillón. Frisamos empanadas de soja, ella rescató a un helecho, tomamos tinto de verano, birra, fuimos a eventos de poesía, al chino, comimos empanadas. Discutimos por el sistema educativo, discutimos sobre el capitalismo, discutimos sobre la culpa de clase, discutimos sobre las redes sociales. Fuimos a escuchar música brasilera, invitamos a una amiga a dormir, a mi prima, nos quedamos hablando hasta las cuatro de la mañana con mi hermana.
Al mismo tiempo, mi novio se mudó a otro departamento, cargamos con todas las cajas, lo ayudé a desarmar algunas, cuidé a su gato, lo acompañé a comprar un colchón, un termo. Nos tomamos un Uber para ir a mi entrega de diplomas, sostuvo mi bolso todo el evento, me quejé con él por los tacos y nos sacamos fotos con mi familia. Fuimos a ver jazz, me quejé de nuevo por mis tacos, volvimos hasta su casa en Scalabrini, yo descalza, fuimos a la pileta varias veces, a comer con sus papás, a la fiesta de compromiso de su primo, al civil, la fiesta.
Vacacionamos en Córdoba, dormimos en un hostel, rompimos un termo, compramos un termo, subimos y bajamos caminos de tierra. Fuimos al río, a una olla, a un calicanto jesuita, compramos mermeladas, licor para mi mamá y alfajores para los amigos. Dormimos en un camping, nos dolió la espalda, comimos torta frita y yo lloré el último día porque hacía demasiado calor y el agua del río estaba caliente.
Entonces, bueno, este fue el resumen de aproximadamente cinco meses de mi vida. Sin incluir que me corté el pelo.
Un fin del mundo a lo sueco
La primera película que vi de Andrei Tarkovsky fue la última que filmó. Es El Sacrificio, de 1986. Sin pecar de indie, pero si todavía no escucharon su nombre, es normal. Entre que se exilió de su Rusia natal en 1966 por ser un perseguido político hasta su búsqueda artística y anti comercial, el cineasta se volvió una joyita para los intelectuales y los universitarios. Esto lo menciona Pablo Capanna en su libro El ícono y la pantalla.
El Teatro San Martín organizó un ciclo en febrero dedicado al artista y las localidades se agotaron por completo. Fue linda la sorpresa de ver la sala Lugones repleta de gente un sábado por la noche. Ahora bien, no pude entender si me había gustado o no el film hasta ahora.
Para que entiendan, comparto la trama: Alexander, un profesor de filosofía y actor retirado vive en una zona rural de Suecia junto a su familia y el médico de cabecera/ implícito amante de su esposa. En el día de su cumpleaños, se comunica que es el fin del mundo. Todos en la casa entran en pánico y él habla con Dios, le dice que está muy asustado y que entregaría sus pertenencias y afectos para impedir el final. En eso, un amigo le cuenta que una de las sirvientas de la casa, María, es bruja y que tiene que acostarse con ella para salvar la tierra.
Entre imágenes de pinturas religiosas de Da Vinci, bombardeos en ciudades, campos yermos, la pesadez de Bach y las baladas japonesas se desenvuelve la historia de Alexander. La obra es somnífera, es lenta y eso genera una batalla en nuestras cabezas manejadas por algoritmos y los scrolls infinitos de Instagram y Tik Tok. Me encantaría hablar con una persona que haya visto una función de El Sacrificio apenas se estrenó y preguntarle si se aburrió.
No leí lo suficiente sobre Tarkovsky, pero vi en El Sacrificio reminiscencias a las obras de teatro de Anton Chejov. Tal vez fueron los vestidos de las mujeres, los guiños a Shakespeare del protagonista o la tristeza por la guerra cruzando cada una de las caras de los miembros de la familia. Probablemente, el reflejo del teatro de Chejov esté en la dirección de los actores, el drama rural (como en Tio Vanya y La Gaviota) y la parsimonia con la que se mueven las personas que viven lejos de la ciudad.
Cuando tenía 18 años tomé clases de teatro con Beatriz Spelzini y Mara Bestelli. Una vez nos dieron a una compañera y a mí una escena de Tío Vanya para hacer. Yo interpreté el personaje de la sobrina, Sonia. De tarea tuvimos que ver una película de tres horas basada en las obras de Chejov. Trataba sobre una reunión entre amigos. Eso solo.
Conversaciones entre ellos, alguna que otra disputa y de fondo una samovar como testigo. “Los actores se toman su tiempo en las obras de Chejov. Se sirven un té, discuten. Todo a su ritmo”, dijo Beatriz (o algo así). Lo único que recuerdo eran las pausas en sus movimientos para que entendiéramos a que se refería.
En El Sacrificio, la primera escena dura unos diez minutos. Es una conversación entre Alexander y el cartero que empieza con un plano general, con sus figuras reducidas, hasta que la cámara los toma por completo. Están en medio de un pastizal que se está enfermando, con árboles pelados y un cielo bien de Europa oriental. Hay silencios, bromas, divagación y sobre todo reflexiones.

Gran spoiler: Alexander vuelve a su casa después de ver a María. Estaciona lejos el auto del médico, apila dos sillas sobre la mesa, otra, otra, otra y otra. Se toma su tiempo. Agarra un fósforo, no lo puede prender. Solamente se escucha su respiración. Prende, tarda en enganchar al mantel. Se engancha a la tela. Se prende fuego. Consume las sillas, las de arriba, después las otras, la mesa, las cortinas. Alexander sale de la casa. Observa, vestido con un kimono, cómo se reduce a cenizas. Aparece la familia y una ambulancia. La madre llora. Lo persiguen los enfermeros, el corre de un lado y del otro. Logran meterlo en la camioneta. Se escapa. Forcejea, Y, finalmente, decide subirse a la ambulancia.
Hacia el final, el hijo habla por primera vez tirado debajo de un árbol que estaba plantando con Alexander y vuelve al cuento inicial de la película. “Al principio estaba la palabra. ¿Por qué es eso, papá?”.
La frase me persigue. Al final, Alexander sacrifica lo que lo hace a él (la filosofía, el teatro y la literatura) para salvar a la humanidad y especialmente a su hijo. Intercambia su cordura con otra energía ( ¿María? ¿La tierra? ¿La guerra?) para impedirlo. Y lo entiendo. Es la clase de tributo que entregó un periodista para trabajar en un call center para llegar a fin de mes.
Por ese motivo creo que volví a esta newsletter.
Si quieren ver El Sacrificio, la pueden encontrar restaurada en Mubi y también en Youtube.
Algo antes de despedirme: otra obra audiovisual que me llegó fue Abracadabra de Lady Gaga. Seguro la escucharon. La semana pasada la artista publicó un video ensayando la corografía de la canción con sus bailarines y es increíble. Les dejo el video.
Con respecto al videoclip, tuvo un montón de repercusiones por parte de los esotéricos. Es conocido el dato de que Gaga utiliza símbolos paganos en sus piezas musicales. Acá una bruja de Youtube explica que los personajes de la mujer de rojo, la mujer de negro y la mujer blanca de Abracadabra son tres estadios de la alquimia.

Me cuesta fingir ser imparcial con Lady Gaga, me gana el cholulismo. A los 11 años estaba almorzando con mi abuela post colegio y viendo la tele cuando se colgó en el escenario de los MTV Video Music Awards repleta de sangre. Me cambió la vida.
Ni hablar que en una clase de ESI del colegio pregunté si Lady Gaga era realmente hermafrodita y qué significaba eso. Ante la risa de mis compañeros, la profesora me explicó amorosamente por qué hay personas que nacen así y las dolorosas intervenciones a las que son sometidas de niñxs.
Ahora sí, eso es todo. Te deseo una buen fin de semana largo y que arranques Marzo con todo.
Si es la primera vez que lees este newsletter, te invito a suscribirte por acá:
Para estar al tanto de las novedades, podés seguirme en mi cuenta de Instagram.